domingo, 9 de mayo de 2010

Análisis personal: La aventura de ser maestro

Me agradó mucho la lectura. Cuando yo inicié mi ejercicio docente experimenté lo que comentaba el autor, me sentí identificada por lo tanto con lo que mencionaba, y dejé de juzgarme por haber cometido esos errores, ya que al leer que otras personas pasaban más o menos por lo mismo, comencé a entender que eran normales esos tropiezos.

El trabajar en un nivel Medio Superior, implica retos intelectuales, manejo emocional, preparación profesional, pero quizá ya no en nuestra disciplina de formación inicial, sino en el área que nos demanda la educación, y además dirigir con autenticidad y desde nuestra convicción un grupo de jóvenes a los que hay que encaminar para que generen su conocimiento, apliquen su criterio y se introduzcan al campo de la investigación.

Aplicar lo anterior parece sencillo, sin embargo durante el proceso puede que no se torne tan simple, puesto que es impredecible lo que encontraremos en el aula además de las características de la población con la que se ha de trabajar, aunado a la poca experiencia con la que llega el docente.

Es por eso que el autor de manera muy acertada menciona que el profesor se va constituyendo por ensayo y error en su práctica, dado que se aprende mediante la experiencia, el reconocimiento de nuestras equivocaciones o aspectos poco funcionales en la dinámica grupal. Esto en el aspecto externo, pero en lo que se refiere a elementos inherentes del docente también se requiere de una confrontación a los sentimientos que genera durante la conducción de la clase como: nerviosismo, angustia, afán de aparentar enorme sapiencia, miedo de perder la autoridad e imponer reglas totalitarias e inhumanas para conservar el orden. O en el caso opuesto, tratar de llevarse tan bien con los estudiantes, al grado de romper la barrera y colocarse en un plano de igualdad junto a ellos, para evitar recibir desprecios de su parte (algo así como querer formar un club de la amistad con ellos, lo cual, a mi modo de ver tampoco resulta benéfico).

Canalizar estos sentimientos y además trabajar con las estrategias y planeaciones adecuadas es tan difícil como lo quiera ver el profesor. Puede llevarle años o bien, puede agilizarse en virtud del interés y la entrega de éste en su labor.

Entonces el ser docente es…

Enfocarse con amor, en la enorme responsabilidad de enseñar, compartir y generar conocimientos, heredados por la ciencia, la historia y la cultura en la que nos hayamos inmersos a personas que se nos confía formar. Independientemente de la carrera que se tenga, habrá que reorientar la perspectiva personal en torno al encauzamiento de sujetos bien informados, habilitados y motivados intrínsecamente al saber, inducidos obviamente por profesionales comprometidos y preparados, con un dominio de los temas que impartirán, gozando por la tarea que realizan, porque ésta ocurre desde su convicción, responsabilidad, autenticidad y respeto por los educandos y por la labor en sí.

Seguramente que el miedo, la inseguridad y quizá las vicisitudes personales aparecerán, los docentes no pueden ser magos; sin embargo es pertinente reconocer estos malestares, canalizarlos y seguir trabajando. No importa que sentimiento se experimente hay que hacerlo bien de todas maneras, aunque no con esto negarnos a equivocarnos, el error da la oportunidad para mejorar. No hay que exigir alumnos perfectos ni un perfecto profesor, es válida la equivocación y quizá herramienta para el aprendizaje significativo.

La aventura de ser maestro

José M. Esteve
Universidad de Málaga

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Ponencia presentada en las XXXI Jornadas de Centros Educativos
Universidad de Navarra. 4 de febrero de 2003
Tras veinticinco años de recorrido profesional, el autor afirma que se aprende a ser profesor por ensayo y por error. En el camino deben sortearse distintas dificultades, como elaborar tu propia identidad profesional, dominar las técnicas básicas para ser un buen interlocutor, resolver el problema de la disciplina y adaptar los contenidos al nivel de conocimiento del alumnado.
La enseñanza es una profesión ambivalente. En ella te puedes aburrir soberanamente, y vivir cada clase con una profunda ansiedad; pero también puedes estar a gusto, rozar cada día el cielo con las manos, y vivir con pasión el descubrimiento que, en cada clase, hacen tus alumnos.
Como casi todo el mundo, yo me inicié en la enseñanza con altas dosis de ansiedad; quizás porque, como he escrito en otra parte, nadie nos enseña a ser profesores y tenemos que aprenderlo nosotros mismos por ensayo y error. Aún me acuerdo de mi primer día de clase: toda mi seguridad superficial se fue abajo al oír una voz femenina a mi espalda: “¡Qué cara de crío. A éste nos lo comemos!”. Aún me acuerdo de mi miedo a que se me acabara la materia que había preparado para cada clase, a que un alumno me hiciera preguntas comprometidas, a perder un folio de mis apuntes y no poder seguir la clase... Aún me acuerdo de la tensión diaria para aparentar un serio academicismo, para aparentar que todo estaba bajo control, para aparentar una sabiduría que estaba lejos de poseer ...
Luego, con el paso del tiempo, corrigiendo errores y apuntalando lo positivo, pude abandonar las apariencias y me gané la libertad de ser profesor: la libertad de estar en clase con seguridad en mí mismo, con un buen conocimiento de lo que se puede y lo que no se puede hacer en una clase; la libertad de decir lo que pienso, de ensayar nuevas técnicas para explicar un tema, de cambiar formas y modificar contenidos. Y con la libertad llegó la alegría: la alegría de sentirme útil a los demás, la alegría de una alta valoración de mi trabajo, la alegría por haber escapado a la rutina convirtiendo cada clase en una aventura y en un reto intelectual .
Pensar y sentir
El camino y la meta me los marcó Unamuno en una necrológica de Giner de los Ríos, leída por azar en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza: “Era tan hombre y tan maestro, y tan poco profesor -el que profesa algo-, que su pensamiento estaba en continua y constante marcha, mejor aun, conocimiento... y es que no escribía lo ya pensado, sino que pensaba escribiendo como pensaba hablando, pensaba viviendo, que era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir”.
”Era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir”... Miguel de Unamuno y su preocupación por enlazar pensamiento y sentimiento... Nunca encontré una mejor definición del magisterio: dedicar la propia vida a pensar y sentir, y a hacer pensar y sentir; ambas cosas juntas. Muchos colegas coinciden en este punto. Mª Carmen Díez, desde la escuela primaria, expresa así su visión actual de la enseñanza: “ahora entiendo la escuela como un sitio adonde vamos a aprender, donde compartimos el tiempo, el espacio y el afecto con los demás; donde siempre habrá alguien para sorprenderte, para emocionarte, para decirte al oído algún secreto magnífico ”. Fernando Corbalán, un profesor de secundaria, tras hablarnos de que en clase tenemos que divertirnos, buscar el ansia de saber y propiciar una atmósfera de investigación, concluye: “Y no se piense que sólo se abre la mente a los alumnos. También la del profesor se expande y se llena de nuevos matices y perspectivas más amplias, y funciona la relación enriquecedora en los dos sentidos. Mi experiencia, al menos, me dice que algunos de los juegos y problemas con los que he disfrutado, y que sigo utilizando, han tenido su origen en la dinámica de la clase... Y cuando se crea esa atmósfera mágica en clase, con los fluidos intelectuales en movimiento, pocas actividades hay más placenteras”.
Hace tiempo, descubrí que el objetivo es ser maestro de humanidad. Lo único que de verdad importa es ayudarles a comprenderse a sí mismos y a entender el mundo que les rodea. Para ello, no hay otro camino que rescatar, en cada una de nuestras lecciones, el valor humano del conocimiento. Todas las ciencias tienen en su origen a un hombre o una mujer preocupados por desentrañar la estructura de la realidad. Alguien, alguna vez, elaboró los conocimientos del tema que explicas, como respuesta a una preocupación vital. Alguien, sumido en la duda, inquieto por una nueva pregunta, elaboró los conocimientos del tema que mañana te toca explicar. Y ahora, para hacer que tus alumnos aprendan la respuesta, no tienes otro camino más que rescatar la pregunta original. No tiene sentido dar respuestas a quienes no se han planteado la pregunta; por eso, la tarea básica del docente es recuperar las preguntas, las inquietudes, el proceso de búsqueda de los hombres y mujeres que elaboraron los conocimientos que ahora figuran en nuestros libros. La primera tarea es crear inquietud, descubrir el valor de lo que vamos a aprender, recrear el estado de curiosidad en el que se elaboraron las respuestas. Para ello hay que abandonar las profesiones de fe en las respuestas ordenadas de los libros, hay que volver las miradas de nuestros alumnos hacia el mundo que nos rodea y rescatar las preguntas iniciales obligándoles a pensar .
Cada día, antes de explicar un tema, necesito preguntarme qué sentido tiene el que yo me ponga ante un grupo de alumnos para hablar de esos contenidos, qué les voy a aportar, qué espero conseguir. Y luego, cómo enganchar lo que ellos saben, lo que han vivido, lo que les puede preocupar, con los nuevos contenidos que voy a introducir. Por último me lanzo un reto: me tengo que divertir explicándolo, y esto es imposible si cada año repito la explicación del tema como una salmodia, con la misma gracia en el mismo sitio y los mismos ejemplos; llevo treinta años oyéndome explicar los temas, en algunas ocasiones, repitiéndolos dos o tres veces en distintos grupos; he calculado que me jubilo el año 2.021 y estoy seguro de que moriré de aburrimiento si me oigo año tras año repitiendo lo mismo, con mis papeles cada vez más amarillos y los rebordes carcomidos. La renovación pedagógica, para mí, es una forma de egoísmo: con independencia del deseo de mejorar el aprendizaje de mis alumnos, la necesito como una forma de encontrarme vivo en la enseñanza , como un desafío personal para investigar nuevas formas de comunicación, nuevos caminos para hacer pensar a mis alumnos... “pensaba hablando, pensaba viviendo, que era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir...” Desde esta perspectiva, la enseñanza recupera cada día el sentido de una aventura que te rescata del tedio y del aburrimiento, y entonces encuentras la libertad de expresar en clase algo que te es muy querido. Inmediatamente recibes la respuesta: cien alumnos pican el anzuelo de tu palabra y ya puedes dejar correr el sedal, modulas el ritmo de tu explicación a la frecuencia que ellos emiten con sus gestos y sus preguntas, y la hora se pasa en un suspiro -también para ellos-. Y entonces descubres la alegría: ese momento de magia te recompensa las horas de estudio y te hace sentirte útil en la enseñanza.
No hay mejor regalo de los dioses que encontrar un maestro. A veces tenemos la fortuna de encontrar a alguien cuya palabra nos abre horizontes antes insospechados, nos enfrenta con nosotros mismos rompiendo las barreras de nuestras limitaciones; su discurso rescata pensamientos presentidos que no nos atrevíamos a formular, e inquietudes latentes que estallan con una nueva luz. Y, curiosamente, no nos sentimos humillados por seguir el curso de un pensamiento ajeno; por el contrario, su discurso nos libera y nos ensancha creando en nosotros un juicio paralelo con el que reestructuramos nuestra forma de ver la realidad; y luego, extinguida la palabra, aún encontramos los ecos que rebotan en nuestro interior obligándonos a ir más allá, a pensar por nuestra cuenta, a extraer nuevas conclusiones que no estaban en el discurso original... Este es el objetivo: ser maestros de humanidad... a través de las materias que enseñamos, o quizás, a pesar de las materias que enseñamos; recuperar y transmitir el sentido de la sabiduría; rescatar para nuestros alumnos, de entre la maraña de la ciencia y la cultura, el sentido de lo fundamental permitiéndoles entenderse a sí mismos y explicar el mundo que les rodea.
Las dificultades
He hablado de mis precarios inicios en la enseñanza, y de mi visión actual tras treinta años de recorrido profesional; pero, para ayudar a otros a recorrer el mismo camino, tengo ahora que hablar del proceso intermedio, e, inevitablemente, de las dificultades a sortear.
Identidad profesional
El primer problema consiste en elaborar tu propia identidad profesional. Esto implica cambiar tu mentalidad, desde la posición del alumno que siempre has sido, hasta descubrir en qué consiste ser profesor. Y aquí aparecen los primeros problemas, porque hay enseñantes que no aceptan el trabajo de ser profesor. Las dificultades suelen ser distintas entre los profesores de primaria respecto a los de secundaria.
Entre los de primaria el peor problema es la idealización: la formación inicial que han recibido suele repetir con insistencia lo que el buen profesor “debe hacer”, lo que “debe pensar” y lo que “debe evitar”; pero nadie les ha explicado, en términos prácticos, cómo actuar, cómo enfocar los problemas de forma positiva y cómo eludir las dificultades más comunes. Han aprendido contenidos de enseñanza, pero no saben cómo organizar una clase, ni cómo ganarse el derecho a hacerse oír. Así, se les ha repetido hasta la saciedad la importancia de la motivación para el aprendizaje significativo: “el buen profesor debe motivar a sus alumnos”; pero nadie se ha preocupado de que aprendieran de forma práctica diez técnicas específicas de motivación. Pese a que una de las principales tareas a desarrollar en su trabajo será la enseñanza de la lectura y la escritura, muy pocas diplomaturas de maestro incluyen un curso de lectoescritura, mientras que es frecuente que se dediquen cursos enteros al aprendizaje de la fonética.
Por estos caminos, al llegar al trabajo práctico en la enseñanza, el profesor novato se encuentra con que tiene claro el modelo de profesor ideal, pero no sabe cómo hacerlo realidad. Tiene claro lo que debería hacer en clase, pero no sabe cómo hacerlo. “El choque con la realidad” dura dos o tres años; en ellos el profesor novato tiene que solucionar los problemas prácticos que implica entrar en una clase, cerrar la puerta y quedarse a solas con un grupo de alumnos.
En este aprendizaje por ensayo y error, uno de los peores caminos es el de querer responder al retrato robot del “profesor ideal”; quienes lo intentan descubren la ansiedad de comparar, cada día, las limitaciones de una persona de carne y hueso con el fantasma etéreo de un estereotipo ideal. Desde esta perspectiva, si las cosas salen mal es por que yo no valgo, por que yo no soy capaz de dominar la clase; y, de esta forma, los profesores novatos se ponen a sí mismos en cuestión, y, a veces, cortan los canales de comunicación con los compañeros que podrían ayudarles: ¿cómo reconocer ante otros que yo tengo problemas en la enseñanza, si el “buen profesor” no “debe” tener problemas en clase ? Como señala el artículo de Fernández Cruz, la identidad profesional se alcanza tras consolidar un repertorio pedagógico y tras un periodo de especialización, en el que el profesor novato tiene que volver a estudiar temas y estrategias de clase, ahora desde el punto de vista del profesor práctico y no del estudiante de magisterio.
Entre los profesores de secundaria, el problema de la identidad profesional es mucho más grave. Como señala Fernando Corbalán: “la inmensa mayoría de los profesores de secundaria nunca tuvimos una vocación clara de enseñantes... Estudiamos una carrera para otra cosa (matemático profesional, químico, físico,...)”. En efecto, nuestros profesores de secundaria se forman en unas Facultades universitarias de Ciencias y Letras que, ni por asomo, pretenden formar profesores.
En ellas predomina el modelo del investigador especialista. Como resultado de este modelo, el profesor que llega al Instituto para explicar Geografía e Historia, y, con un poco de mala suerte un curso suelto de Ética, se identifica a sí mismo como “medievalista”, ya que, durante los últimos cinco años de su vida, la Universidad le ha insistido en la necesidad de estudiar Paleografía, Epigrafía y Numismática, Latín y Árabe para acceder a los documentos medievales, y se le ha iniciado en el trabajo de Archivo, centrándole en una época histórica muy determinada y permitiéndole olvidar el resto de la historia. Al parecer, nadie se ha puesto a pensar en el problema de identidad que sobreviene a nuestro medievalista cuando se enfrenta a una clase bulliciosa de treinta adolescentes en una zona rural o en un bario conflictivo. El sentimiento de error y de autoconmiseración se apodera de nuestro nuevo profesor. El es un investigador, un medievalista, ha pasado dos veranos en el archivo de Simancas preparando su Tesina entre documentos originales que él es capaz de descifrar... ¿por qué le obligan ahora a enseñar Historia General, que no es lo suyo, y, de paso Geografía y Ética? Y, además, descubre horrorizado que los alumnos no tienen el menor interés por la Historia, y que temas claves de su especialidad -como el apasionante tema de su tesina- se despachan con dos párrafos en el libro de texto.
Para colmo, nuestro futuro profesor de secundaria se da cuenta de que no sabe cómo organizar una clase, cómo lograr un mínimo orden que permita el trabajo y cómo ganarse la atención de los alumnos. Aquí, el problema de perfilar una identidad profesional estable pasa por un auténtico proceso de reconversión, en el que el elemento central consiste en comprender que la esencia del trabajo del profesor es estar al servicio del aprendizaje de los alumnos. ¡Qué duro resulta comprender esto a la mayor parte de nuestros profesores de secundaria y de Universidad! Ellos son investigadores, especialistas, químicos inorgánicos o físicos nucleares, medievalistas o arqueólogos, ¿por qué van ellos a rebajar sus niveles de conocimientos a la mentalidad de treinta adolescentes bárbaros? ¡Hay que mantener el nivel! -gritan exaltados-, y ello significa, en la práctica, que dan clase para dos o tres privilegiados, mientras el resto de los alumnos van quedando descolgados. Y además, hasta el fin de sus días, vivirán la enseñanza rumiando la afrenta de que la sociedad les obligue a abandonar el Olimpo de su investigación para mantener contacto un grupo de adolescentes .
Por contra, algunos profesores consiguen estar a gusto en su trabajo, y descubren que esto pasa, necesariamente, por una actitud de servicio hacia los alumnos, por el reconocimiento de la ignorancia como el estado inicial previsible, por aceptar que la primera tarea es encender el deseo de saber, por aceptar que el trabajo consiste en reconvertir lo que sabes para hacerlo accesible a un grupo de adolescentes... Un viejo maestro me decía que, enseñar al que no sabe está catalogado, oficialmente, entre las obras de misericordia; y, en efecto, hace falta un cierto sentido de la humildad para aceptar que tu trabajo consiste en estar a su servicio, en responder a sus preguntas sin humillarlos, en esperar algunas horas en tu despacho por si alguno quiere una explicación extra, en buscar materiales que les hagan asequible lo esencial, y en recuperar lagunas de años anteriores para permitirles acceder a los nuevos conocimientos. Lo único verdaderamente importante son los alumnos... Esa enorme empresa que es la enseñanza no tiene como fin nuestro lucimiento personal, nosotros estamos allí para transmitir la ciencia y la cultura a las nuevas generaciones, para transmitir los valores y las certezas que la humanidad ha ido recopilando con el paso del tiempo, y advertir a las nuevas generaciones del alcance de nuestros grandes fracasos colectivos. Esa es la tarea con la que hemos de llegar a identificarnos .
Comunicación e interacción
El segundo problema a solucionar para ganarse la libertad de estar a gusto en clase hace referencia a nuestro papel de interlocutor. Un profesor es un comunicador, es un intermediario entre la ciencia y los alumnos, que necesita dominar las técnicas básicas de la comunicación. Además, en la mayor parte de los casos, las situaciones de enseñanza se desarrollan en un ámbito grupal, exigiendo de los profesores un dominio de las técnicas de comunicación grupal. Por tanto, ese proceso de aprendizaje inicial, que ahora se hace por ensayo y error, implica entender que una clase funciona como un sistema de comunicación e interacción.
Una buena parte de las ansiedades y los problemas de los profesores debutantes se centran en este ámbito formal de lo que se puede y lo que no se puede decir o hacer en una clase. El profesor novato descubre enseguida que, además de los contenidos de enseñanza, necesita encontrar unas formas adecuadas de expresión, en las que los silencios son tan importantes como las palabras, en las que el uso de una expresión castiza puede ser simpático o hundirnos en el más espantoso de los ridículos. El problema no consiste sólo en presentar correctamente nuestros contenidos, sino también en saber escuchar, en saber preguntar y en distinguir claramente el momento en que debemos abandonar la escena. Para ello hay que dominar los códigos y los canales de comunicación, verbales, gestuales y audiovisuales; hay que saber distinguir los distintos climas que crean en el grupo de clase los distintos tonos de voz que el profesor puede usar: un tono grave y pausado induce al grupo a la reflexión, mientras que si queremos animar un debate debemos subir algo el tono de voz... etc.
Los profesores experimentados saben qué lugar físico deben ocupar en una clase, dependiendo de lo que ocurra en ella; saben interpretar las señales gestuales que emiten los alumnos para regular nuestro ritmo de clase, y el dominio de éstas y otras habilidades de comunicación requiere entrenamiento, reflexión y una constante actitud de autocrítica para depurar nuestro propio estilo docente. Al final, conseguimos ser dueños de nuestra forma de estar en clase, conseguimos comunicar lo que exactamente queremos decir, y logramos mantener una corriente de empatía con nuestros alumnos .

Disciplina
Otro obstáculo serio a superar, quizás el que genera en los novatos la mayor ansiedad, es el problema de la disciplina. En realidad, es un problema muy unido a nuestros sentimientos de seguridad y a nuestra propia identidad como profesores. En este tema he visto de todo: desde colegas que entran el primer día en clase pisando fuerte, con aires de matón de barrio , porque alguien les ha dado el viejo consejo de que no pueden sonreír hasta Navidad, hasta colegas desprotegidos e indefensos incapaces de soportar el más mínimo conflicto personal. Entre esos dos extremos que van desde la indefensión hasta las respuestas agresivas, el profesor tiene que encontrar una forma de organizar a la clase para que trabaje con un orden productivo. Y, en cuanto comienza a hacerlo, descubre que esto tampoco se lo han enseñado. Se supone que el “buen profesor” debe saber organizar la clase, pero en pocas ocasiones se le ha contado al futuro profesor dónde está la clave para que el grupo funcione sin conflictos.
El viejo supuesto, según el cual, “para enseñar una asignatura lo único realmente importante es dominar su contenido” encuentra en este campo su negación más radical. Entonces, el profesor descubre que debe atender otras tareas distintas a las de enseñar: tiene que definir funciones, delimitar responsabilidades, discutir y negociar los sistemas de trabajo y de evaluación hasta conseguir que el grupo trabaje como tal. Y esto requiere una atención especial, a la que también hay que dedicar un cierto tiempo. El razonamiento y el diálogo son las mejores armas, junto con el convencimiento de que los alumnos no son enemigos de quienes tienes que defenderte. Mi experiencia me dice que los alumnos son seres esencialmente razonables; es posible que, si te dejas, intenten llevarte al huerto y bajar algo tus niveles de exigencia, pero si la razón te asiste y en ella fundas tu propia seguridad, los alumnos saben descubrir muy bien cuáles son los límites .
Contenidos y niveles
Por último, nos queda el problema de adaptar los contenidos de enseñanza al nivel de conocimientos de los alumnos. El profesor novato tiene que entender que ha dejado la Universidad, tiene que desprenderse de los estilos académicos del investigador especialista, y adecuar su enfoque de los conocimientos para hacerlos asequibles a su grupo de clase. Yo también protesto por el bajo nivel con el que me llegan mis alumnos, pero protestar no sirve de nada, tienes los alumnos que tienes, y con ellos no hay más que una alternativa: o los enganchas en el deseo de saber, o los vas dejando tirados conforme avanzas en tus explicaciones. Hay quien, en salvaguarda del nivel de enseñanza, adopta la segunda opción; pero a mí siempre me ha parecido el reconocimiento implícito de un fracaso; quizás porque, como dije antes, hace tiempo que descubrí que en cualquier asignatura, lo único importante es ser maestro de humanidad.
El orgullo de ser profesor
Y ahora, ya, el tiempo corre en mi contra. No espero nada nuevo del futuro: he hecho lo que quería hacer, y estoy donde quería estar. Es posible que mucha gente piense que ser profesor no es algo socialmente relevante, pues nuestra sociedad sólo valora el poder y el dinero; pero a mí me queda el desafío del saber y la pasión por comunicarlo. Me siento heredero de treinta siglos de cultura, y responsable de que mis alumnos asimilen nuestros mejores logros y extraigan consecuencias de nuestros peores fracasos. Y, junto a mí, veo a un nutrido grupo de colegas, en las zonas rurales más apartadas y en los barrios más conflictivos, orgullosos de ser profesores, trabajando día a día por mantener en nuestra sociedad los valores de la cultura y el progreso... entre ellos hay valiosos maestros de humanidad: hombres y mujeres empeñados en enseñar a sus alumnos a enfrentarse consigo mismos desde el preescolar hasta la Universidad.
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MIGUEL DE UNAMUNO (1864-1936)
Escritor, filósofo, humanista. Rector de la Universidad de Salamanca. Autor de una extensa obra literaria en la que destacan sus ensayos, en los que analiza la realidad social con una visión crítica y con una fuerte implicación personal. Se le considera uno de los mejores representantes de la Generación del 98. Su enfrentamiento a la dictadura de Primo de Rivera le llevó al destierro.
FRANCISCO GINER DE LOS RIOS (1839-1915)
Catedrático de derecho de la Universidad de Madrid. En 1876 renuncia a su puesto en defensa de la libertad de cátedra y funda la Institución Libre de Enseñanza, la institución educativa más innovadora en la España de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Su Residencia de Estudiantes es el centro clave de reunión y de formación de los mejores intelectuales y artistas españoles del siglo XX.

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PERCEPCIÓN DE MI EJERCICIO DOCENTE

Soy Psicóloga de formación. Ingresé a la carrera con la visión de dar terapia.
Me gustó mucho mi carrera, el programa de estudios tenía una orientación ecléctica, por lo que nuestros maestros nos empaparon de todas las áreas de la Psicología, desde la clínica, social, industrial, laboral, educativa, educación especia, etc.

Por tanto podíamos elegir entre las preferidas a cuál dedicarnos, a mi siempre me llamó la atención el área clínica. Sin embargo más o menos por el quinto semestre uno de mis amigos entró a trabajar a una preparatoria como profesor y orientador y me invitó a su escuela ya que estaba el puesto vacante como orientadora, me negué, porque para nada se apegaba a mis intereses.

Luego otra de mis amigas me recomendó en la empresa donde ella había realizado sus prácticas profesionales (para que yo hiciera las mías), entré a ésta y me desarrollé en el área de Reclutamiento y Selección de Personal. Debo confesar que ha sido de las experiencias más gratas que he vivido, aprendí mucho, conocí gente valiosísima y me dí cuenta que el área industrial me agradaba, por tanto al salir de la carrera inmediatamente entré a trabajar como reclutadora en la empresa Met Life y poco después en Seguros Monterrey New York Life (ya que la primer promotoría se fusionó con la segunda).

Al principio fue muy enriquecedor incluso divertido, tuve una jefa con la que empaticé y nos tomamos mucho cariño, prácticamente yo manejaba mis tiempos y mi trabajo, ella solo supervisaba que todo fuera en orden. Pero después las cosas comenzaron a tornarse monótonas, desgastantes, la promotoría empezó a decaer por problemas económicos y personales de los jefes, así que era desmotivante asistir, aunado a que el ambiente con los socios de la promotoría me parecía superficial, deshumanizado, materialista y guiado solo por intereses económicos, así que terminé por salirme de ahí.

Me dediqué al área clínica y me sentía muy contenta, sin embargo esta área es algo inestable, dado que se puede contar con muchos pacientes y de pronto baja este número por situaciones económicas o miedo a seguir con una auto-confrontación.

Por esta época visité a unos familiares de mi familia paterna, les comenté mi situación y mi tío me preguntó que si quería trabajar en una universidad de Tepotzotlán, me dijo que su amigo era el dueño y que era muy posible que me dieran el trabajo. No me agradó mucho el dar clases pero acepté pensando que si alternaba el área clínica y la educativa ya iba a tener un sueldo estable. Acepté y entré dando clases a chicas que cursaban la carrera de Pedagogía.

Tiempo después, en la secundaria donde se encontraba mi hermana, solicitaban una orientadora, la psicóloga fue a buscarla porque recordó que yo también lo soy y le pidió que fuera a una entrevista. La oferta era buena, trabajar cerca de mi domicilio y desempeñarme en algo muy parecido al área clínica, el único inconveniente era que les temía a los adolescentes.

Acepté, y debo decir que fui muy feliz en esa escuela, estaba encargada de los tres niveles así que conocía muy bien a los estudiantes, a quienes por cierto aún recuerdo con un inmenso cariño. Sin embargo comenzaron algunos problemas administrativos en el colegio, por lo que yo me previne y llevé mi curriculum a Preparatoria Oficial 72 que una buena amiga me recomendó; me dijeron que no había vacantes, pero no me preocupó, finalmente yo tenía mi trabajo y solo estaba actuando por prevención a no quedarme sin él. La sorpresa fue que al mes y medio que llevé mi curriculum me llamaron de esta Preparatoria ofreciéndome más dinero que donde me encontraba, prestaciones y una estabilidad que evidentemente en la secundaria no tenía. Platiqué con el administrador de la secundaria negociando que me permitiera trabajar en ambas partes porque yo no quería dejar a mis alumnos, sin embargo se negó y me pidió elegir entre una o la otra y debía ser en el momento para no desproteger a los muchachos en el siguiente ciclo y además porque debía responder la petición de la Directora de la Preparatoria. Decidí dejar la secundaria y confesaré que con mucho dolor, porque estaba encariñadísima con los niños pero finalmente tomé una decisión, la cual, a la fecha. me pareció que fue la mejor.

Llegué muy temerosa porque me enfrentaba a una población de jóvenes muy distinta a la que yo estaba acostumbrada. Al principio me porté muy exigente, fría en mi trato y saturándolos de información teórica. Analizando mi proceder, me dí cuenta que era miedo, así que poco a poco dejé de ver a los preparatorianos como amenaza y sí como personitas pensantes, emocionales y dignos de que tirara las barreras que me impedían tener un trato afable con ellos.

Mi desempeño con la primer generación la recuerdo con mucha dificultad, aún no definía mi estilo de dar clases, pero la segunda, cuando me encontraba más identificada con el sistema y con el apoyo de compañeras que me sugerían libros y actividades, ya me dirigí con seguridad y confianza en ellos.

Alterné las clases con la terapia y me resultaba gratificante, aunque mi tiempo ya estaba más saturado porque todo el tiempo tenía que preparar clases, programas y proyectos que la escuela exigía además de darle seguimiento al tratamiento de mis pacientes.

Dos años y medio después la misma amiga que me recomendó la Preparatoria 72 me llamó para trabajar dando clases por las tardes en la Preparatoria 99, donde ella se encuentra, acepté pero me dí cuenta que el tiempo para mi esparcimiento, convivencia con familia y amigos se reducía. Dejé de practicar deporte y de salir a divertirme porque todo el tiempo estaba cansada, ocupada preparando clases y en la clínica.

Decidí canalizar mis pacientes a otros psicólogos de mi confianza y retirarme un tiempo del área clínica ( lo hice tres meses atrás aproximadamente) porque necesitaba tiempo para mí y para enriquecer mi labor docente, así que me inscribí a la Maestría en Educación, asisto los sábados y me gusta mucho. Poco después de haberme inscrito me informaron en la Preparatoria 72 que debía tomar esta Especialidad en línea. Me preocupé mucho, temí volverme a saturar en tiempos, pero aún así consideré importante y necesario tomarla, así que creo que con la maestría y esta especialidad podré tomar muchas herramientas y desarrollar habilidades que me permitan hacer los finalmente es lo mío adecuadamente.

Satisfactores: me ha llenado de alegría que los jóvenes me han dicho que estudiarán la carrera acorde a las materias que les he impartido y que han abierto nuevas perspectivas de la vida a partir de las reflexiones de clase.

Han realizado trabajos de investigación que me han dedicado y regalado porque le ha gustado mi dirección en su elaboración, han hecho obras teatrales y exposiciones plasmando lo aprendido durante el curso…en fin las satisfacciones invaluables que he tenido han sido emocionales y a propósito de los logros de los estudiantes.

Por otro lado las autoridades de la escuela en el turno vespertino son estimulantes, gratifican el esfuerzo y son amables en su trato, propician un ambiente de trabajo muy agradable.

Insatisfacciones: no sé si sea correcto abrirme se esta forma, sin embargo confiaré en los lectores de este documento. Las insatisfacciones que he tenido han sido en torno a la interrupción de proyectos por parte de las algunas autoridades, que quizá a su modo de ver no han sido adecuadas y por tanto las han cuartado. Además, es desmotivante la saturación de tiempo con tantas actividades que consignan y luego recibir fuertes y duras críticas durante su realización y al término de ellas.

No contar con recursos y materiales para emprender actividades como las planeo es frustrante también.

No contar con el apoyo de los padres de familia acompañando a los jóvenes, los deja a la deriva. Esto es un gran obstáculo. Pese al trabajo de las autoridades, orientadores y nosotros los docentes, los estudiantes se encuentran desubicados con respecto a sí mismos, sus intereses y su proyecto de vida. En este sentido el trabajo en el aula no funciona si los jóvenes se encuentran dispersos, desmotivados y deprimidos por el abandono y negligencia de sus familias.

Conclusión: En fin, para mí ser docente implica una gran responsabilidad, gusto por intercambiar conocimiento y aprender cada día. Trabajar con seres humanos es gratificante y vislumbrar su transformación y desarrollo me parece extraordinario. La obstaculización de mi tarea tiene que ver con aspectos técnicos, administrativos y falta de apoyo de familiares hacia los estudiantes.

sábado, 8 de mayo de 2010

LOS SABERES DE MIS ESTUDIANTES

¿Qué son nuestros estudiantes y qué saben hacer en internet?



Personas de 15 a 18 años con un potencial intelectual extraordinario que si se encuentra disponible y motivado puede producir, criticar, crear y hacer de las TIC´s herramientas que auxilien los conocimientos teóricos de la cátedra.

Dado que las generaciones de los actuales preparatorianos se desarrollaron paralelos a las tecnologías e informaciones desplegadas por factores de la globalización, habrá que tomar en cuenta que las clases ya no pueden dirigirse con base en los ideales y los medios de las escuelas tradicionales, al contrario se ha de adaptar la forma de transmitir los nuevos conocimientos a su modalidad de aprendizaje: el uso de medios electrónicos y redes.

Explotar sus saberes en el terreno social utilizando la web, comunicándose a distancia en plano de búsqueda de generar nuevas relaciones afectivas , haciendo transacciones como comprar, vender e intercambiar; buscar asistencia técnica para la reparación de sus equipos y que a partir de ésta asesoría ellos sean capaces de aprender a hacerlo por ellos mismos.


En cuanto al uso de internet como reservorio, observé en esta indagación, que la mayoría de las actividades que realizan los estudiantes en internet son de entretenimiento, utilizan este medio para bajar de la red música, imágenes, videos, fotografías, etc.
Consultan también información que complementa sus tareas, sin embargo de páginas que en ocasiones no son confiables científicamente.



¿Qué podemos hacer para aprovechar esos saberes en el aula?


Considero que por medio de la creación de Web Quest en las que se vinculen los saberes que el estudiante posee de la red y que son empíricos, porque acude a ella por diversión, sociabilización, consulta técnica, transacciones, etc. El docente debe aprovecharse de ello mostrando elementos teóricos y científicos pero dando un giro que coadyuve a la generación de conocimientos por aprendizajes signficativos y por descubrimiento los cuales se afiancen a su esquema mental, o sea el estudiante aprenderá de métodos que maneja de por sí pero los utilizará para fines académicos.


¿Quién va a enseñar, a quién y qué le enseñará?



Los docentes estamos obligados a apegarnos a estas nuevas formas de interacción académica empatando con los estudiantes mediante el uso de elementos que ellos dominan.
Se les transmitirán saberes científicos por medio de las TIC´s basados sí en programas de estudios, pero con la finalidad de desarrollar competencias en ellos como el adecuado manejo de estas tecnologías, sociabilización (con otros fines) en la red, toma de posturas críticas para la resolución de problemáticas, generación de nuevas propuestas, colabore con sus compañeros, apoye el la realización de tareas y así desarrolle conductas acertadas y asertivas, etc.


Por otro lado, pero no menos importante que lo anterior, los estudiantes también serán (incluso hoy lo son) capaces de enseñarse entre ellos. Dado que en virtud del intercambio de ideas en la red, habrán de asesorar y compartir conocimientos y experiencias que se irán transmitiendo de igual a igual.

Asímismo hoy por hoy los jóvenes nos dan muestra de su genio, creatividad y sapiencia al apoyarnos a los adultos en las tareas a realizar en el cyberespacio.

¿Dónde lo harán?


Evidentemente los educandos deberán buscar sus espacios, porque a veces las instalaciones escolares no favorecen que puedan hacerse este tipo de prácticas en la institución.



Dedico este blog a mi hermana Fer, quien me apoyó en todo momento.